Doce

Caminando sin rumbo por las inmediaciones de ninguna parte, encontré a la chica que iba conmigo en literatura el semestre pasado.

Estaba tomando un café a las afueras de un negocio de esos que tienen mesas con sombrillas. Noto que tiene una expresión triste. Tomo aire y me acerco.

- Hola, que tal… este… ibas conmigo en literatura el semestre pasado y… este… no se si me recuerdas – le digo mientras me acerco a su mesa. Ella voltea y ve mi cabeza. Noto que no se sorprende al verme. – Si, te recuerdo. Siéntate.

Comenzamos a charlar. Extrañamente compaginamos muy bien. Empezamos hablando del maestro de literatura y de la cantidad de saliva que escupe al hablar. Yo le hable de los mil apodos que me pusieron en la escuela. Ella me platicó del suyo en la primaria (la escoba), el cual perdió al entrar a la secundaria, gracias al desarrollo de un par de partes de su cuerpo.

Llegamos a tal nivel de confianza que incluso me contó que acababa de terminar con su novio, “no éramos tan diferentes como el creía. No pudo soportarlo”. Yo no podía creer el nivel de compaginación que habíamos alcanzado.

- Oye, te agradezco que me confíes todo esto. Generalmente nadie quiere estar conmigo…- antes de terminar mi frase, ella me interrumpe con sus labios. Fue indescriptible.

Llegó el momento de despedirse. Ella tomó mi mano y dijo “fue lindo hablar contigo”. Dio media vuelta y se marchó.

Nunca había tenido a alguien tan cerca de mí. Se sintió extraño... vuelvo a casa esperando que lo que sentí en sus pantalones haya sido su celular...