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A veces, uno despierta y todo está en llamas. Lo que antes era algo valioso, ahora sólo es ceniza. Y es entonces cuando uno siente la ira interna. Cuando los más bajos instintos salen a flote y toda la bondad y buenos deseos se muestran como lo que son: una careta.

Es como un tumor. Una enfermedad. Un monstruo... si, eso es ¡Es un monstruo! Un monstruo que va aumentando su tamaño dentro de nuestro cuerpo, esperando el momento para salir. El momento para que todo lo bueno que conocemos, TODO... desaparezca sin más.

Comportamientos considerados inapropiados por la mayoría de la gente. ¡Y cómo no! ¡Tanta destrucción sin sentido no puede ser aprobada ni por el mismísimo satanás. Es más ¿Quién es satanás? No es más que una invención del hombre para poder adjudicarle su propia maldad. ¡Oh, asquerosa maldad que vive en todos y cada uno de los seres humanos!

Pero esa maldad no llega sola. ¡No! Siempre hay un detonante. Cada explosión es precedida de un fósforo. Todos somos pequeñas mechas esperando el fósforo indicado que nos haga convertirnos en fuego. La peste viene en empaques humanos. Empaques tetrapack con una tirita que dice "abre fácil", esperando la torpe mano que derrame nuestro contenido en el piso, causando múltiples resbalos. La copa de cristal que está mal colocada junto al corral del bebé, esperando lo inevitable. Y demás metáforas absurdas y molestas.

Porque, después de todo ¿qué son las palabras? Cada persona es un ente individual y cada quién desata su furia después de su muy personal estímulo detonante. Sólo para que al final no haya más que desolación y tristeza.

Ahora, para rebajar la incoherente densura generada por este post, imágenes del conejito callado:






El conejito callado (suspiro), si yo fuera mujer o gay, seguro aceptaba salir con el. Se ve que es de los que abrazan...