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Estábamos todos en el bar llamado “hasta las manitas”, esperando a que nos trajeran la siguiente ronda de cervezas, cuando a Israel se le ocurrió comenzar a alardear como siempre. El cabrón siempre tenía una historia que contar, en donde él queda como chingón y el resto de la gente es pendeja.

Es que no manches –dijo Israel, casi levantándose de su asiento de tan excitado. –Estaba el otro día muy a gusto en el microbús, sentado bien quitado de la pena, ya saben, echando la hueva, cuando de repente, una señora bien pinche gorda se subió al micro empujando a todos. Y es que no manches, ni cabía la pinche vieja, su culote se atoraba en cada asiento, ya saben, de esas personas que no deben de salir a la calle. Y pues que se pone junto a mí, yo sentado todo en la pendeja y ella de pié, al lado, apuntando hacia a mí con su pinche culísimo. Y entonces, no manches, que se empina la vieja y que incrusta todo su culo en mi mano. No manches, lo hizo a propósito la pinche vieja. Lo peor es que, después de la agasajadota que se dio con mi mano, todavía se hizo la ofendida. Pero ya saben, a mí no me gusta dejarme de la gente pendeja, entonces le menté su madre y le dije que no mamara. La pinche vieja se saco de pedo y como pudo se bajó del micro. Pinche gorda, quedó como pendeja.

Todos se ríen con la pinche historia, sobre todo porque saben que en realidad la señora gorda era una chica en minifalda y la “agasajadota” se la dio él. El muy pendejo ya ni se acuerda que iba con nosotros y después de lo que hizo lo agarramos a putazos. Supongo que lo dejamos mal de su cabeza.